Por Edgar Hernández // Línea Caliente
Hace mucho, muchísimo tiempo que no se observaba una crisis nacional de tal dimensión.
Desde Santa Anna, que ya es decir, la historia nacional no registra a un mandatario tan errático y distraído en sus afanes de poder y venganzas personales, a un presidente que más parece líder callejero azuzando a las multitudes contra el mal gobierno, el de él incluido.
Ni en los peores tiempos del PRI o en los efluvios de poder del PAN, se vivió a un primer mandatario acusando sin mayores pruebas que los dichos de un perseguido de la justicia, Emilio Lozoya, quien a cambio de entregar lo que quiere el Peje para consumar sus venganzas, disfruta en libertad sus riquezas mal habidas.
Toda una confusión nacional se ha sucedido en los últimos 20 meses de gobierno. Toda gestada por la desinformación a la que se suma la ignorancia y la obnubilación que le da a López Obrador su afán de venganza.
¿En qué momento nos equivocamos? ¿Fue verdad que 30 millones de mexicanos votaron por Andrés Manuel López Obrador o todo fue producto de la compra de votos a la par alterados e impuestos por el gobierno de Peña?
El caso Lozoya, alimentado mediáticamente por López Obrador, está desquiciando a la república. La ha partido en dos y se corre el riesgo de desatarse una oleada de violencia que podría ponen en peligro la vida misma del primer mandatario quien a estas alturas pareciera extravió la cordura, el razonamiento y solo quiere ver sangre correr.
Eso de pedir que se modifique la Constitución para juzgar a los presidentes, de ir contra legisladores, gobernadores y empresarios corruptos, evoca a Joseph Guillotine, autor del llamado “Invento infernal de la Revolución Francesa, la Guillotina”, que hizo rodar miles de cabezas, entre ellas la suya.
No le vaya a pasar lo mismo.
Por lo pronto ya se observa la gestación de un frente común opositor. Se percibe un empeño partidista por juntarse para romperle la madre –a la buena y a la mala- en las urnas o de otra forma.
Ya se observa que las cabezas de la oposición empiezan a despertar, que los ex presidentes no se van a dejar si López Obrador rompe el pacto que tiene con Peña Nieto y en aras de ello, la emprende contra sus antecesores.
La clase política, la Nomenklatura, tiene claro que si AMLO no cumple ¿Qué garantías de impunidad tendría Carlos Salinas, su enemigo por dos décadas? ¿Estaría cierto Vicente Fox, uno de los que más lo ofendió, de no ir a prisión por el solo hecho de estar callado?
¿Y Felipe Calderón que tiene el dinero, el respaldo de una parte de la ciudadanía, empresarios y banqueros y, lo más importante astucia, estrategia, sagacidad e inteligencia, se entregará a la justicia sin más?
Mientras Enrique Peña Nieto, quien tomó la peor decisión de su vida al entregar el poder a Andrés Manuel López Obrador, roto el pacto, hará uso de todo su poder financiero, de sus alianzas con los hombres de poder de México y el extranjero; acudirá a sus viejas alianzas con el Grupo Atlacomulco y los políticos a los que permitió enriquecerse, todo para desatar una batalla sin fin hasta ablandar al voluntarioso Peje.
Ya por lo pronto un arma secreta tiene lista.
La tiene bajo siete llaves Miguel Angel Osorio Chong, a quien en estos momentos dejaron de atacar y amenazar en razón a que sabe cómo estuvo ese primero de julio de 2018 en donde se movió el aparato electoral en favor de Morena.
Osorio Chong conoce las entrañas de la sucesión; sabe de esa migración masiva el PRI a Morena, del pacto con el Verde, de la alianza con Dante, del acuerdo con Fidel Herrera de entregar al Peje 500 mil votos, de la operación electoral inyectada con miles de millones de pesos, así como el algoritmo que dio lugar a los 30 millones de votos.
Habrá de correrse el velo de la trampa electoral que dio lugar a que el Peje, en nombre de esos 30 millones de mexicanos que “votaron” por él, ya Presidente, cometa tanta barbaridad “Yo ya no me pertenezco, soy del pueblo”.
De seguir los escándalos, se correrá el maquillaje del bien llamado Pejelagarto que ha puesto de cabeza a la república; que la ha quebrado y entregado en parte al crimen organizado como ayer se denunció en la reunión de gobernadores.
Y es que en política ni todos santos, ni todos diablos.
López Obrador también tiene una larga cola que le pisen y aun cuando la investidura le permite el abuso de poder y la impunidad, a la mala sus enemigos declarados, le podrían jugar una mala pasada con su familia o en su persona.
El tema Lozoya quizás represente prisión para muchos políticos, acaso ex legisladores y ex gobernadores; pudiera tocar incluso a ex candidatos presidenciales y tener en la zozobra a Calderón y Peña, al Peje sin embargo le podría costar algo más.
Se vienen tiempos difíciles, peores que el coronavirus
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Tiempo al tiempo.
- Escrito por Edgar Hernández, premio nacional de periodismo en su columna Línea Caliente.